Maldita ansiedad.

No dejo de pensar en tanto de lo que ocurre de la vida, sé que tú al igual que yo has tenido despliegues de ideas en el que los pensamientos se agitan con tanta ocurrencia; la respiración se acelera, el corazón late en un ritmo que no sueles tener y te abruma, tal vez tus manos han transitado en estados imprudentes y probablemente tus ojos se han acompañado de lagrimas sin reconocer el por qué.

Hay días en los que se consume ansiedad, hay momentos imparables para desconocer la vida misma, existen relatos que contienen más sentimiento que pensamiento y éste, es uno de esos.

Hoy ha sido una de dichas tardes, en las que valoro cada pensamiento y palabra, así como el reciclar lo poco de la vida. ¿Te ha pasado también a ti? Desechar aquello que sí y lo que no funciona, ¿es sencillo?, ¿cómo lo has hecho?, ¿cuánto te ha durado?

No sabemos lo que implica el mañana, tampoco valoramos el presente y cada segundo transformamos el ser; ahora y hace rato ya no lo eres. Así es la ansiedad, te disgusta porque deteriora lo que eres, pero también ayuda a que subsanes lo que estás enfrentando.

La ansiedad no tiene porque ser enigmática, pues te sitúa y te mantiene en estado de alerta, precavido(a) ante cualquier situación y pensamiento que generes. Claro, no quiero decir que constantemente seas ansioso o ansiosa, pero sí que la disfrutes, porque de esa forma estás sintiendo, estás siendo tú misma(o) y compartes tiempo con lo que – en segundos – realmente eres.

Malditos los momentos en los que la ansiedad se expresa, pero es más maldito el acontecimiento en el que no permites que la ansiedad soporte aquello con lo que no estás dispuesto afrontar.

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